lunes, 16 de septiembre de 2013

Una semana en Alaska.

Luego de pasar por Los Ángeles y San Francisco, el destino por el que más expectativa tenía era Alaska, pues iba a ser una semana en un sitio de donde no oyes muchas historias, de donde no consigues fácilmente viajeros que te puedan dar recomendaciones para tu estadía allá y donde, por la temporada (febrero – marzo de 2008, todavía invierno), el gélido clima no es algo muy habitual para nosotros.
Mi destino en Alaska, fue la ciudad de Anchorage, que si bien no es la capital, es la principal ciudad del estado con 350.000 habitantes. Inicialmente lo que me tenia preocupado, fue que la llegada del vuelo era a media noche, motivo por el cual contacté en días anteriores a una persona de la ciudad para que me indicara como era el transporte desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad para buscar algún hotel a esa hora, así que esta persona, que apenas había conocido por internet, se ofreció a recogerme en el aeropuerto y llevarme a buscar un hotel a la 1am, pues yo ya había hecho la reserva en otro hotel, pero Paul, mi nuevo amigo, me recomendó no quedarme allá, pues era un sitio no muy seguro, así que me llevo a otro hotel de un precio similar.
Desde que Salí del aeropuerto, ya todo comenzaba a ser mágico, pues son paisajes que uno no está acostumbrado a ver, toda la nieve arrumada en las aceras, y las calles cubiertas de una capa de hielo. Claro, esto para mí, alguien del trópico, era espectacular, imagino que no sería gran cosa para los habitantes de Anchorage.


El día siguiente pude ver todo este paisaje con mucha más claridad, donde el blanco predominaba en las calles. Decidí salir a caminar a conocer el centro, pues fuera de este no había mucho que hacer, aunque de por si la actividad en el propio centro no era mucho por el mismo invierno y muchos establecimientos de comercio y bares se encontraban cerrados. Todo ese día fue como de reconocimiento de la ciudad, búsqueda de información turística y búsqueda de hotel, pues ya tenía reserva para las últimas 3 noches y me faltaban las primeras 3 noches. Finalmente Paul me dio estadía en su casa, donde vivía con su esposa e hija.

Aparte de Anchorage, pude conocer Homer, un pequeño pueblo a 4 horas de camino desde Anchorage en dirección al sur, el último paraje en la península de Kenai. El camino fue muy bonito, pues se veían unos paisajes donde contrastaban azul, grises y blancos, paisajes que en temporada de verano son completamente irreconocibles, pues el verde de toda la naturaleza (reducida en ese momento a simples chamizos) va cubriendo todo el borde de la carretera.

El primero de marzo pude presenciar el comienzo de la famosa Iditarod trail sled dog race, que es una travesía de unas 900 millas en trineos halados por 8 perros cuyo inicio fue en Anchorage con la participación de 96 competidores. Este es un gran acontecimiento para la ciudad, y de hecho, para el estado. Las calles de la ciudad se convierten en pistas de hielo, y van dando la salida uno a uno de los diferentes competidores

Un sitio de obligatoria visita, fue el zoológico, y digo obligatoria, pues había hay animales completamente exóticos que nunca encontraremos por nuestras latitudes, como osos polares, yak tibetanos, puercoespines, glotones (wolverine) entre muchos otros. Me llamó la atención que había un espacio para abejas, el cual tenía un letrero que avisaba que la colmena no se encontraba allí por el clima, que estaban más al sur y que regresarían más o menos en mayo, pero en general, todos los animales de este zoológico era fascinantes.


Uno de los últimos destinos en este estado, fue el pueblo de Talkeetna, como a 2 horas de Anchorage. Uno de los principales atractivos de este pueblo (en verano o primavera) es la esplendorosa vista de del monte Mckinley, o Denali, que es el nombre dado por los indígenas. Es la montaña más grande de norte América ubicado en el parque nacional Denali. Desafortunadamente el clima no me favoreció para ver la majestuosa montaña, pues nevó bastante y solo nos quedó devolvernos. 

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