Luego de pasar por Los Ángeles y San
Francisco, el destino por el que más expectativa tenía era Alaska, pues iba a
ser una semana en un sitio de donde no oyes muchas historias, de donde no
consigues fácilmente viajeros que te puedan dar recomendaciones para tu estadía
allá y donde, por la temporada (febrero – marzo de 2008, todavía invierno), el
gélido clima no es algo muy habitual para nosotros.
Mi destino en Alaska, fue la ciudad de
Anchorage, que si bien no es la capital, es la principal ciudad del estado con
350.000 habitantes. Inicialmente lo que me tenia preocupado, fue que la llegada
del vuelo era a media noche, motivo por el cual contacté en días anteriores a
una persona de la ciudad para que me indicara como era el transporte desde el
aeropuerto hasta el centro de la ciudad para buscar algún hotel a esa hora, así
que esta persona, que apenas había conocido por internet, se ofreció a
recogerme en el aeropuerto y llevarme a buscar un hotel a la 1am, pues yo ya había
hecho la reserva en otro hotel, pero Paul, mi nuevo amigo, me recomendó no
quedarme allá, pues era un sitio no muy seguro, así que me llevo a otro hotel
de un precio similar.
Desde que Salí del aeropuerto, ya todo
comenzaba a ser mágico, pues son paisajes que uno no está acostumbrado a ver,
toda la nieve arrumada en las aceras, y las calles cubiertas de una capa de hielo.
Claro, esto para mí, alguien del trópico, era espectacular, imagino que no sería
gran cosa para los habitantes de Anchorage.
El día siguiente pude ver todo este
paisaje con mucha más claridad, donde el blanco predominaba en las calles.
Decidí salir a caminar a conocer el centro, pues fuera de este no había mucho
que hacer, aunque de por si la actividad en el propio centro no era mucho por
el mismo invierno y muchos establecimientos de comercio y bares se encontraban
cerrados. Todo ese día fue como de reconocimiento de la ciudad, búsqueda de
información turística y búsqueda de hotel, pues ya tenía reserva para las últimas
3 noches y me faltaban las primeras 3 noches. Finalmente Paul me dio estadía en
su casa, donde vivía con su esposa e hija.
Aparte de Anchorage, pude conocer Homer,
un pequeño pueblo a 4 horas de camino desde Anchorage en dirección al sur, el último
paraje en la península de Kenai. El camino fue muy bonito, pues se veían unos
paisajes donde contrastaban azul, grises y blancos, paisajes que en temporada
de verano son completamente irreconocibles, pues el verde de toda la naturaleza
(reducida en ese momento a simples chamizos) va cubriendo todo el borde de la
carretera.
El primero de marzo pude presenciar el
comienzo de la famosa Iditarod trail sled dog race, que es una travesía de unas
900 millas en trineos halados por 8 perros cuyo inicio fue en Anchorage con la
participación de 96 competidores. Este es un gran acontecimiento para la
ciudad, y de hecho, para el estado. Las calles de la ciudad se convierten en
pistas de hielo, y van dando la salida uno a uno de los diferentes competidores
Un sitio de obligatoria visita, fue el zoológico,
y digo obligatoria, pues había hay animales completamente exóticos que nunca
encontraremos por nuestras latitudes, como osos polares, yak tibetanos,
puercoespines, glotones (wolverine) entre muchos otros. Me llamó la atención que
había un espacio para abejas, el cual tenía un letrero que avisaba que la
colmena no se encontraba allí por el clima, que estaban más al sur y que regresarían
más o menos en mayo, pero en general, todos los animales de este zoológico era
fascinantes.
Uno de los últimos destinos en este
estado, fue el pueblo de Talkeetna, como a 2 horas de Anchorage. Uno de los
principales atractivos de este pueblo (en verano o primavera) es la
esplendorosa vista de del monte Mckinley, o Denali, que es el nombre dado por
los indígenas. Es la montaña más grande de norte América ubicado en el parque
nacional Denali. Desafortunadamente el clima no me favoreció para ver la
majestuosa montaña, pues nevó bastante y solo nos quedó devolvernos.
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